PREMIOs
PREMIOS
Los premios literarios no me interesan, no me aportan nada. En respuestas de este estilo, se resume la actitud pública de no propios escritores hacia los certámenes. En algunos casos es una actitud sincera, desde luego. Los hay que pasan de los premios por un motivo u otro: desde porque sus horizontes creativos están en otras direcciones a que están convencidos —o la experiencia les ha enseñado— que sus temas y/o estilo no son los más adecuados para presentarse a muchos premios en nuestro país. Sean cuales sean sus razones, son respetables.
Pero hay por ahí más de uno que tiene esa actitud como pose. Postureo que roza lo insultante cuando quienes la asumen son pájaros que ganan de forma regular premios, algunos de ellos digamos que «discutidos». Pero esto último es lo de menos. Eso de coger el dinero —y la promoción— y llenarse al tiempo la boca de desprecio hacia esos premios, es de gente poco seria. No te fíes nunca de gente que hace cosas como esa.
Desde luego, no es mi caso. No solo me gusta ganar premios, sino que les estoy más que agradecido. Como escritor, soy lo que soy en parte gracias a ellos y sería un ingrato, y un farsante, si no lo reconociese. Ganar el premio Minotauro en 2004 y el Ciudad de Zaragoza al año siguiente supuso para mí una gran proyección; más que un ascensor, una catapulta en mi carrera. Como casi todo el mundo sabe, además del buen hacer, uno tiene que contar con la suerte. Y yo, en este sentido, he tenido bastante suerte; para qué negarlo.
Pero, más allá de mi caso personal, soy de los que apoyan la existencia de los premios literarios. Eso no significa que vaya a defender mucho de lo que hay. Pero sí creo que un buen «sistema premial», estructurado, en el que engranasen diferentes niveles, desde el nacional al municipal, junto con algunos privados, supondría un buen impulso y garante del tejido literario español. Pero, claro, eso requeriría diseño, colaboración, coordinación, limpieza, objetivos claros, jurados elegidos de manera lógica… Es decir, que suena a quimera, ahora al menos. Pero, ya se sabe: para ser realistas, a veces hay que pretender lo imposible.