Verán. Esta mañana me han operado de ambos pies. Los detalles me los guardo que son míos y para compartir con los cercanos, compréndanlo, la exhibición ha de hacerse en lo justo. El caso es que ya estoy en casa sin grandes dolores. Pero no les voy a hablar de mis averías, ITVs ni reparaciones. Sí de que entré a las diez y a las cuatro estaba en casa. Cierto que hube de esperar un par de horas pero bueno, a veces las cosas se complican y la operación previa a la que iba antes que la mía se alargó. Pero no debemos desear que a la gente no se la trate como se debe solo por aligerar lo nuestro, ¿verdad?
De lo que quiero hablar es de que nos hemos operado en batería gente que se veía, pese a los pijamas, de los orígenes y extracciones más diversas. Y todos hemos ido entrando por nuestro turno, siendo operados, y fuera, porque era hospital de día, que la gente no queda ingresada. Y estando allí esperando y luego aguardando el alta el tiempo que marca el protocolo de prudencia me dio en pensar en eso.
Pueden tener más o menos medios, más o menos personal, dar mejor o peor comidas y tener que lidiar con gente más cordial o más seca. Pero al final, la gran maravilla de lo público es, por lo pobre o por lo rico, la igualdad. La igualdad que como tantas cosas no apreciamos cuando lo tenemos. Y no se aplica solo a la Sanidad. Tiene que ver también por ejemplo con la Educación y otras tantas áreas más. Todo se resume en una frase. El Estado y lo estatal han de dar un retorno no económico sino social. Tratan igual, en el quirófano o en el aula, al hijo de Agamenón que al hijo de su Porquero. En eso se resume la igualdad. Y la igualdad, amigos, no se puede concertar. Recuerden, sea el hijo de Agamenón o el hijo de su Porquero, las administraciones públicas tienen que darles las mismas oportunidades de prosperar, sanar, cultivarse…
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