Aprovecho que acabo de arrancar un remozado Las islas sin nombre para incorporar al blog secciones que me rondaban la cabeza desde hace tiempo. Una de ellas es la dedicada a comentario de libros. Hago hincapié en lo de comentario, porque hacer crítica supone toda una responsabilidad e implica —o debiera implicar— seguir ciertas pautas, entre las que tendría que estar evitarse impresiones subjetivas sobre el autor y la obra.
Yo quiero hacer justo lo contrario a crítica y ocurre que, además, estamos ya en pleno verano. Media España está maldiciendo porque se les acaban las vacaciones, otra media reniega porque siente pasar morosos los días que aún le quedan para escapar a la playa, el monte o un destino exótico, y otra media esta (estamos) jurando en arameo porque se queda (nos quedamos) trabajando, o porque no tienen dinero para una escapada.
En fin, que es buen momento para comenzar esta sección con un libro en concreto, con el que tengo una vieja deuda. La obra en cuestión es Una (breve) historia del vicio, de Robert Evans, que yo mismo traduje hará un par de años para la editorial Edaf. Y la vieja deuda es que hace tiempo que me había prometido hacer algún comentario público acerca del mismo y nunca llegaba el momento. Lo hago ahora porque el verano es propicio para leer un libro así, ya que se trata de un ensayo divulgativo sobre la muy particular relación de la humanidad con sus más que diversos vicios, a lo largo del tiempo.
Insisto: Una (breve) historia del vicio es un ensayo divulgativo. El autor no es ningún friki que se dedique a elucubrar por las buenas. Es un divulgador científico que trabaja en revistas especializadas y que, en esta obra, recopila y expone diversas teorías científicas que tratan de explicar por qué somos adictos a toda clase de hábitos dudosos, desde consumir estupefacientes a entregarnos a comportamientos conflictivos.
Lo cierto es que el libro no puede comenzar con más fuerza. Arranca con la cuestión del alcohol y el autor comienza exponiendo lo que muchos científicos se han preguntado: ¿por qué en un momento dado se extendió entre los homínidos una mutación que hizo que disfrutasen emborrachándose? En principio, tal cambio debiera ser nocivo, ya que un primate beodo se expone desde a un accidente a sucumbir cazado por grandes predadores. La posible solución parece estar en la Hipótesis del mono borracho. Sí, se llama así. Y sí, es una teoría científica seria que trata de explicar el enigma y que no les puedo contar con detalle aquí. Pueden encontrarla expuesta en multitud de lugares, incluido el libro que estamos comentando.
Y a partir de ahí se lanza a hablar de los vínculos entre distintas culturas y el alcohol. También de cómo los descubrimientos de los arqueólogos llevan a pensar que, en buena medida, el ser humano cambió la vida de cazador nómada por la de agricultor sedentario para asegurarse suministro regular de cereales con los que fabricar cerveza. Sí. Abandonen el pasmo y el escepticismo que, otra vez, es una teoría sustentando por investigadores rigurosos. Desde luego que esto no lo explica todo, pero contemplar la cuestión desde esa óptica arroja, sin duda, nuevas luces sobre el camino que ha seguido la humanidad a lo largo de su historia.
En Una (breve) historia del vicio, junto con el alcohol comparten papeles estelares otros dos intoxicantes de primera línea para los humanos: el tabaco y el café. Sobre el primero es curioso conocer (o al menos a mí me lo resultó, ya que no lo sabía) que el tabaco comenzó siendo un narcótico y el hombre domesticó la planta hasta lograr que fumar sus hojas fuese lo contrario: estimulante. Y del café que tuvo en la antigüedad usos viciosos por distintas vías que la infusión que ahora conocemos, y que sufrió persecuciones feroces a lo largo del tiempo y las latitudes. Hubo lugares en los que, en época, que te pillasen fumando o tomando café te podía costar la vida. Ya ven.
Junto a estos grandes agentes viciosos vamos a encontrar, por supuesto, otros como las drogas de diseño, la marihuana o el sudor de salamandra. Pero la cosa no se queda ahí y hay capítulos más que originales y muy atractivos. Se me viene a la cabeza el de la música (que es más antigua que el lenguaje) y cómo ha servido a los humanos para alcanzar el trance. Robert Evans realizó pruebas en Stonehenge (en una réplica de hormigón que hay en Norteamérica) a partir de las investigaciones de arqueomusicólogos. Stonehenge bien pudo ser un gran recinto musical diseñado al detalle, en el que, por ejemplo, las piedras discontinuas servirían para eliminar los ecos de la música.
También recuerdo la parte sobre por qué los humanos somos tan bronquistas. La prueba está en cómo ahora proliferan trolls, haters y ciberenergúmenos varios, aprovechando las Redes. Al parecer, en muchos casos, eso se debería a alteraciones genéticas que hacen proclives al fanfarroneo y el follón, y que en tiempos eran una adaptación, ya que empujaban a ir más allá de los límites conocidos.
En fin. Tampoco les voy a contar el libro entero. Pero ahora entenderán por qué les recomendaba este libro para el verano. Tiene unidad temática, como todo buen libro divulgativo que se precie. Pero su división en capítulos, ninguno en exceso largo, lo hacen ideal para leer sin esfuerzo en esos ratos vacíos de los días de ocio. O, para los desgraciados que se quedan (nos quedamos) trabajando, en los periodos de descanso o en el transporte público.
En lo que a la escritura se refiere, este autor me recuerda mucho al más que añorado Isaac Asimov. Y no es que su estilo se parezca en nada; en absoluto. Pero ambos encuentran un punto justo y logran hacer la divulgación amena, rápida, suelta. Evans se permite las familiaridades y las bromas justas para que el tono sea desenfadado, pero sin caer en la payasada.
Esta Una (breve) historia del vicio tiene para mí algo que es infinitamente valioso en los libros de divulgación y que no siempre logro encontrar, incluso en obras que por lo demás son excelentes. Ese algo es que no cierra cuestiones a golpe de autoridad sino que abre ventanas al lector. Aporta conocimiento y a la vez despierta preguntas. Nos da nuevas perspectivas sobre determinados aspectos de la humanidad y eso nos lleva a interrogantes. Vamos que, en esencia, Una (breve) historia del vicio alimenta lo que es el mayor de los vicios, la droga más poderosa a la que somos adictos muchos humanos: la curiosidad.
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