La otra noche, me llevé un gran sobresalto al entrar en la terraza de la cocina, creo que a tirar algo al cubo de la basura. La terraza es acristalada y, por simple vagancia, yo no había encendido la luz, de forma que estaba en la penumbra de la luz de la cocina. Y, en esa penumbra, de repente vi con el rabillo del ojo que algo grande se movía en una esquina, cerca de la lavadora. Y en seguida matizo grande: no algo desmesuradamente grande, pero sí bastante más de lo que uno espera a lo mejor toparse en la terraza. Lo bastante como para darme un susto por eso, por lo inesperado.
Volví la cabeza a tiempo de ver qué era. Una salamanquesa, obviamente más asustada que yo, que se coló culebreando bajo la lavadora y desapareció de vista. Pero es que era una salamanquesa realmente grande, tanto como una mano abierta. No está mal. Pasado el sobresalto y la perplejidad, no hice nada. No, nada. Voy a dejarla estar ahí, si quiere quedarse, aunque espero que no se muera de sed o hambre, y que si permanece lo haga por capricho, y no por haber quedado atrapada y no ser capaz de encontrar el camino hacia los cristales superiores, que forman persiana y siempre están entreabiertos.
Sé que hay gente a la que le espantan los reptiles. Aunque, ¿las salamanquesas son reptiles o anfibios? En todo caso, a mí no. Me resultan inofensivas y asustadizas, y bien puedo dejar que formen parte de ecosistema de mi casa. Además, quizá, con lo grande que era, puede guardar el piso de la visita de otras bestezuelas más asquerosas e indeseadas. Mi piso da a un gran descampado polvoriento y nunca está uno a salvo, en estos veranos de calor, de que se le cuele alguna cucaracha. Supongo que una salamanquesa puede dar buena cuenta de ellas, si eso sucede. Aunque, ¿las salamanquesas son carnívoras o herbívoras?
Lo del dragón puede ser exagerado. Pero pensemos por un momento qué aspecto tendría si midiese cinco o seis metros, con ese aspecto reptiliano, esa cabezota y las patas terminadas en dedos con ventosas. Imponente, sin duda. Así que el asunto no es cuestión de planta, sino de tamaño. Y, como he dicho, cuento con ella, ya que se ha colado, para que guarde la casa de insectos. Que nunca viene de más un dragón guardián.
Con lo otoñabundo que andas por esta bitácora, diría que esa emboscada casera te vino muy bien. Eso fue un regalo por añorar tanto a sus primas las lagartijas.
Ahora, ve con cuidado, no la vayas a pisar.
(Me descubro ante tu sabiduría reptiliana: ¿cómo se puede distinguir en la penumbra a una salamanquesa de cualquier otro lagarto?)
Es cuestión de entrenamiento. Si desde pequeño, cada vez que veías un reptil anchote, de cabeza grande y ventosas en los dedos, serpenteando por la pared, te dicen que eso es una salamanquesa, acaba por reconocerlas. Hasta en eso tenemos poco mérito, porque somos animales de hábitos.
Quizá no sea mérito, pero sí suerte. En el fondo tienes suerte de haber visto una salamanquesa (yo no he visto una en mi vida) y tienes suerte de haber podido cazar lagartijas por tapias y trigales. Dudo mucho que mis nietastros de Madrid atrapen otra cosa que no sean virus en la guardería. Suerte (No te enfades por lo de otoñabundo: mira el Extravagario de Neruda).
MI madre es de las que odian los reptiles. Conviví con eso de pequeña. DEspués, un compañero de vida de extremeño, me enseñó eso que has escrito, que las salamanquesas guardan la casa de que vengan los insectos. Ahora, me encantan. Las miro con condescendencia y me pregunto sobre su vida.