¡Cómo odio que la gente silbe en lugares públicos! Sobre todo en los gimnasios, en especial en la ducha. Los tipos se meten bajo el chorro y se ponen a silbar el mismo acorde, una y otra vez, como un disco rayado, y tú en la ducha de al lado enloqueciendo de tanta repetición. Quizá por eso lo odio. Porque me recuerda a los niños pesados pidiendo un capricho con insistencia, o algunas parejas que todos hemos tenido, que vuelven una y otra vez con la misma recriminación.
Pero cualquiera le llama la atención a un forzudo de gimnasio que levanta tres veces más peso que tú, sea con barra o mancuerna, en cualquiera de los grupos musculares. No te queda más remedio que dejarles jugar al jilguero hipervitaminado, no sea que encima tengas un tumulto en las que tienes bastante que perder.
Digo yo que, por una vez, la SGAE podía hacer algo útil por la humanidad y poner a eso canon. Si el cachas de turno se pone a silbar en las duchas, ¿no está reproduciendo música protegida en lugar público? Pues canon al canto. Por favor.
Sin embargo, cuando ya nadie silba, cuando la gente se queda muda para el canto, no sabés cuanto se extraña.