Ayer, comentaba uno en el gimnasio:
-Yo, en cuanto puedo, me subo a la sierra. Buenas botas, bastón. Un mapa, brújula. Mi lata de sardinas y un cacho de pan. Una chocolatina, por si me da la pájara. Sí, sólo. Estoy a gusto y no necesito más.
Se me ocurrió que ese hombre iba a ser feliz más veces que la mayoría de nosotros.
Cierto y, lo mejor de todo, es que sin apegarnos del todo a los sentidos, y en base a la experiencia, nos basta con cerrar los ojos para saborear esa felicidad; y es que en el fondo, ni si quiera eso que menciona es imprescindible aunque eso nos parezca.
Decía un viejo amigo: «No hagas simple lo complejo, ni complejo lo simple; porque lo simple es simple, y lo complejo, complejo. Solo así podrás entender que no existe ni simple, ni complejo».
Cuanta razón tenía y cuanto nos gusta etiquetar, autoinduciéndonos sentimientos y sensaciones muchas veces perjudiciales.