Nuevo Baztán está a cuarenta kilómetros al sureste de Madrid, y no hay mucha gente que la conozca. La consideran, con razón, el primer parque tecnológico que se construyó en España, ya que fue fundada por un prohombre del XVIII, Juan de Goyeneche. Goyeneche fue un ilustrado, hijo de su tiempo, que desarrolló actividades en campos muy diversos. Él fue el fundador del primer periódico español, La gaceta de Madrid, en 1697. Diseñó una ciudad totalmente nueva, con una plaza central y calles rectilíneas, en las que se alineaban las casas de los ricos, las de los obreros y las fábricas, tal como se entendían en ese siglo. Como era navarro, del valle del Baztán, puso a la ciudad que soñaba el nombre de Nuevo Baztán y la instaló a nueve leguas de Madrid. El arquitecto barroco Churriguera se encargó de los diseños.
Nuevo Baztán fue próspera durante bastante tiempo y sus manufacturas, gracias al moderno diseño urbanístico y de producción, se hicieron un hueco en los mercados nacionales e internacionales. Se hundió como centro productivo en la primera mitad del XIX, arrastrada por la crisis que supuso para el país la guerra de Independencia y desbancados sus otrora métodos modernos por las fábricas de la Revolución Industrial.
Hoy en día, Nuevo Baztán dormita al sur. No hay señalización alguna en la Carretera de Valencia (la A3), por lo que sólo se puede llegar si se va ex profeso o se aterriza allí de casualidad. Las casas son bajas en su mayoría, y algunas están en ruinas, ya que el pijerío cultural madrileño aún no se ha fijado en el pueblo. Las calles están empedradas y parecen tranquilas. Han puesto allí el museo etnológico de Madrid, aunque uno se pregunta quién irá a visitarlo, fuera de los colegios y las excursiones de jubilados. A las puertas de este último, hay una estatua en bronce de Juan de Goyeneche, con peluca, un bastón en una mano y un rollo de planos en la otra. Está a ras de suelo, prácticamente, lo que me parece mal. Los prohombres, si lo son, es porque hicieron algo que les elevó sobre la media. Es justo entonces que, ya muertos, sus efigies dispongan de pedestal. Se han ganado, creo, el derecho a mirar al mundo que trataron de mejorar desde lo alto, aunque sólo sea para recordar que sus miras fueron más elevadas que lo normal.
P.D. Ahí, en la foto, se ven los chapiteles de la iglesia desde lo lejos, y el famoso pino de la plaza, con casi sus treinta metros de altura.
Menos gente màs intimidad con el paisaje.
Quiza el personaje que fue, a ras del suelo, se ilusione de estar como los demàs que le miran… viviendo.