El otro día hablaba de lagartijas y, precisamente, tengo una en mi llavero, o algo que se le parece mucho. Está tallada –calada más bien, aunque no sé si ese es el término- en un pedazo de madera con forma de lágrima. La compré en la Patagonia, en un lugar llamado El Calafate, que es la puerta al turismo en esa zona de Argentina.
El caso es que no sé que pasa, que ya van tres veces que la anilla de esa lagartija calada en madera se me suelta y la pieza cae y se pierde. Por fortuna, en las tres ocasiones me he dado cuenta y la he podido recuperar. La última vez fue la otra noche y tuve que andar tanteando en la oscuridad, bajo un coche, hasta dar con ella. Esa vez sí que creí que la había perdido.
¿Será que la lagartija no quiere acompañarme? ¿Qué por alguna razón quiere seguir por su cuenta? Porque vaya empeño en soltarse. Claro que, creer algo así, sería ser animista y atribuir vida a todos los objetos. Y, en todo caso, si así fuera, no puedo complacerla. Esa lagartija calada en madera, comprada en El Calafate, Patagonia, es un anclaje, un recordatorio de algo –o algos- muy especial. Así que no puedo dejarla ir. Tendrá que seguir en mi bolsillo, entrechocando con las llaves de mi casa, recorriendo conmigo distancias que unas veces son cortas y otras muy largas. A no ser que, en una de estas, consiga librarse sin que yo me de cuenta.
Claro que quiere acompañarte…por eso te avisa de que se ha soltado…lo que quiere es llamar tu atención…que estés pendiente de ella…Yo tengo una pulsera que me encanta, que se me ha perdido mil veces…incluso fuera de casa..pero siempre la encuentro…dentro del guante…enganchada en la manga…en el suelo si retrocedo porque me olvidé de cerrar con llave la puerta de casa…Desde que fui consciente de la suerte que tenía encontrándola, la miro más…y desde luego la llevo siempre.