Me crie en un tiempo en el que acudir a los cines era casi un rito social. Y es que allá por los 60 y buena parte de los 70 todo era muy distinto, aunque ya se nos haya olvidado.
En Madrid capital había en esa época más de 300 cines y, sin embargo, la oferta de películas era menor a la de ahora. Los cines seguían un escalafón que iba desde los de estreno hasta los de sesión doble y continua (los llamados «piperos») y que pasaba por peldaños intermedios de nombres a veces pintorescos, como los de «riguroso reestreno de zona». Las películas se estrenaban en muy pocas salas y se tiraban ahí meses y meses antes de bajar a los cines de nivel inferior. La gente hacía colas kilométricas para ver las cintas de más éxito y, por supuesto, la reventa era un negocio harto lucrativo.
La nuestra era una sociedad menos pudiente y, desde luego, menos volcada al consumismo ciego. Uno se pensaba a qué películas iba, y qué libros o discos compraba. Se lo pensaba por el desembolso que suponía y porque consumir productos culturales como el que se zampa al paso una hamburguesa –fast food, fast culture– no existía.
Los productos culturales eran escasos y valiosos. Acceder a ellos no se veía como un acto banal. Ese acceso de hecho solía estar lleno de rituales.
Llegar a casa y poner el disco recién comprado en el Rastro o en Toni Martin. Recogerse para abrir el libro –de primera, segunda o quinta mano- adquirido tras mucho huronear por las mesas de la Cuesta de Mollano. Acomodarte en la butaca cuando las luces del cine se apagaban y comenzaba la proyección.
Ojo, que eso no implica sacralidad. No había respeto alguno por las películas en esa época, al menos en los cines piperos. Oías murmullos, chasquido de cáscaras de pipas, burbujear de gaseosas, recrujir de papel de bocadillos. La gente era tan formal en el cine en esos años como el público del siglo XVIII en las óperas. O sea, se comportaban como si estuvieran en una parrillada. Los padres reñían a los hijos y estos a su vez se peleaban entre ellos, los bebés lloraban y los chistosos vociferaban gracietas a costa de lo que pasaba en la película. Solo había contención (aunque no sosiego) en la «fila de los mancos».
Y pese al guirigay, la magia estaba ahí. Magia. ¿En qué consiste esa magia? Bueno, yo solo puedo hablar de mi caso. Verán: a mí los libros, las canciones, las películas que consiguen engancharme me producen placer. Así de simple. Y no hablo de «placer intelectual». A mí las metáforas brillantes o los encuadres perfectos me impresionan tan poco como las posturitas del Kamasutra. Hablo de que leer, escuchar o mirar esas obras desencadenan en mí torrentes de sensaciones y emociones.
En el caso del cine, puedo recordar docenas de veces que eso me ocurrió estando sentado en la oscuridad de una sala.
Me acuerdo de una vez en la calle Cedaceros. Disculpen que no esté seguro de su nombre -¿Podría ser el Bogart?-, pero seguro que era una sala que proyectaba sobre todo cine minoritario. Acudí una tarde a ver una película alemana, en versión original subtitulada. Aguirre, la cólera de Dios. Me atrapó desde la primera escena. Esa en la que una columna interminable de conquistadores españoles e indios andinos bajan por los Andes a borde de abismos, con sus picas y arcabuces, con las piezas de los cañones a cuestas. Envueltos en nubes y arropados por la música de Popol Vuh.
Recuerdo también una noche años después, cuando fui con una amiga a la proyección de Baraka. Juraría que fue en los cines Renoir. Baraka es un documental sobre parajes en los que el encuentro de los humanos con la naturaleza ha creado belleza y no devastación. Me ganó con esa primera escena monos de montaña junto a aguas termales que humeaban en mitad de la nieve. Y ya no me dejó hasta los títulos de crédito.
Ahora, muchos años más tarde, he vuelto a sentir esa misma magia y con igual fuerza que otrora. Dejen que trate de contárselo.
Hace un par de días, tuve la suerte de ser invitado a un pase previo de Encierro, un documental sobre los sanfermines. Los sanfermines. Bueno. Creí que iba a ver un reportaje (con todos mis respetos hacia los reportajes) y me encontré con una película. Con formato de documental, pero película. Fue impresionante. Así como los antiguos artistas chinos crearon jarrones Ming a partir del barro, aquí el director ha tomado un festejo que es parte del acervo cultural español para crear una obra que es capaz de dejarnos a nosotros mismos, españoles, con la boca abierta.
Un amigo director, Pedro Luis Barbero, me decía al salir que en Encierro habían convertido a las personas –corredores españoles y extranjeros- en personajes. Es cierto. Y la propia Pamplona, o al menos las calles por donde discurre el encierro, es también otro personaje. Lo es gracias al uso del 3D y de cámaras cenitales que siguen a los corredores en su recorrido y que dan escenas antológicas.
Esta película me ha abierto los ojos respecto al uso del 3D. Que digan algunos que es artificio comercial sin valor artístico. También decían eso del cine sonoro primero y luego del cine en color.
Aquí le sacan partido. A eso, a la música, a los planos, al manejo de los tiempos… Son impresionantes esas imágenes cenitales de calles abarrotadas de corredores o esa en la que llevan la efigie de San Fermín hacia su hornacina y cómo los que se disponen a correr, al paso, la rozan con los dedos o la besan con reverencia.
Pero bueno. Como no soy especialista en cine, no trataré de hacer crítica. Solo soy un espectador. Uno de los que pagan las entradas, por otra parte. Lo que quería contar es que he tenido de nuevo la suerte de que me rozase el otro día la magia de ver cine, luego de bastante tiempo. Y he querido compartirlo con ustedes.
De paso me he reconciliado con el cine español –director holandés, producción española-. El cine español no está muerto ni K.O. Ocurre que por él andan sueltos algunos zombies destartalados y macilentos que lanzan bocados a todo lo que se menea. Pero hay supervivientes, aunque no lo parezca a simple vista.
De verdad. Deseo a Encierro la mejor de las carreras comerciales. Necesitamos iniciativas como esta. Y necesitamos que funcionen. Necesitamos de este cine en nuestro país y no de ese otro hecho de carne muerta mantenido de forma artificial.
Aclaraciones postreras para Nativos Digitales.
Cines piperos. Cines de barrio. Formaban la base de la pirámide de exhibición. A ellos llegaban las copias ya en condiciones deficientes, llenas de rayas y de cortes. Solían funcionar en sesión continua y doble.
Sesión continua. Era aquella en la que se proyectaban las películas sin interrupción. Las butacas no estaban numeradas y uno entraba en cualquier momento, se sentaba en cualquier lugar libre y podía ver las películas las veces que quisiera, hasta el último pase.
Sesión doble. Aquellas en las que se proyectaban dos películas.
Fila de los mancos. Las filas laterales y más próximas a las paredes, separadas del grueso del patio de butacas por los pasillos. Llamadas así porque ahí se sentaban las parejitas que, faltas de casa propia, se contentaban con magrearse al amparo de la oscuridad de la sala.
¿qué es un nativo digital?
Y mi más sentido pésame, León. Me entristece que en el cine no hayas encontrado magia desde aquellos tiempos que cuentas hasta ahora. Un mundo que está lleno de momentos mágicos y algo que va mucho más allá para mí, por supuesto, me asombra y me da pena que no hayas encontrado nada de magia hasta ahora. Y mira que hay momentos desde entonces, e inventos, no sólo el 3D, animación por ordenador, cámaras, movimientos imposibles q permiten contar historias de maneras muy mágicas y que a mí me dejan boquiabierto todavía, como un niño cuando ve algo sorprendente por primera vez.
Pero si eso te ha ocurrido ahora, debe ser muy buena la peli… me la apunto para ver. 😉
¡¡Excelente artículo León!! Me ha hecho sentir nostalgia por aquella época, el mimo con que nos comprábamos las cosas, tras ahorrar la paga de varias semanas y la ilusión que nos hacía llegar a casa y poder disfrutar, al fin, el objeto del deseo. Todo eso ha pasado a la historia, los nativos digitales nunca gozarán de ese placer. El valor que se le otorga a las cosas y a la cultura se ha empobrecido muchísimo al tenerlas tan cerca de nuestro alcance.
Me apunto la película que recomiendas. Totalmente de acuerdo con lo dicho sobre el cine español y lo extiendo también al cine en general. Un saludo.
Quizá me he expresado de manera un poco confusa en ese extremo, Vagawain. Por supuesto que la magia de ver cine me atrapó muchas veces después de ver Baraka. A bote pronto recuerdo películas como Sospechosos habituales, Pulp Fiction, Los siete samurais (que vi después), etc. Apuntaba dos películas que además de tener esa magia que trataba de definir eran con claridad diferentes, como le ocurre a Encierro. Y sí, no te arrepentirás de verla.
Gracias AlejandroQ. Lo de los nativos digitales es una bromita que me he permitido a costa justo de los que tienen la arrogancia de definirse a ellos mismos así, para creerse superiores a los demás. No sé si se ha empobrecido el valor de la cultura. A lo mejor no es malo. A lo mejor es como la comida. Nos sobra y justo por esa abundancia muchos no saben apreciarla y recurren a la comida basura… aquí un poco lo mismo. Ya me dirás qué te parece la película.
Se me olvidaba, Vagawain. Nativo digital es un término acuñado para aquellos que se criaron con Internet. En contraposición estamos los Colonos digitales, aquellos que nacimos y crecimos en la Era PreInternet y migramos a la actual. Son definiciones que no tendrían nada de bueno o malo sino fuera porque ciertos tipos, ya que andan escasos de verdaderos méritos, andan con teorías a cuestas acerca de que los Colonos digitales no somos capaces de desenvolvernos en la Red y con las nuevas tecnologías como los Nativos digitales.
Lobby chorra puro y duro, vamos, para convencer a los demás de que les den trabajo a ellos simplemente por su fecha de nacimiento…
Yo tuve la suerte de ver Encierro ayer en un pase de preestreno en Pamplona y pensando en ver un documental sobre las fiestas que conozco desde hace tanto tiempo. Sin mas, y luego a cenar.
Y me metí tanto en la pelicula que el corazon se me puso a doscientos.
Podría decir espectacular ó ponerle adjetivos, pero me concentré tanto en esos tíos y la violencia de las imágenes y a la vez que belleza, tio.
Fue muy curioso, no me lo esperaba.
Estoy de acuerdo juslapena. Ya me gustaría que alguien hiciese sobre Madrid un documental la mitad de intenso del que han hecho sobre los sanfermines. Digo Madrid porque soy de Madrid, vamos, y me gustaría ver sus calles con otros ojos como imagino que les ocurre a los de Pamplona con esta película.
Como se nota que vamos parejos de edad, lo suscribo todo, todo, todo y añado que el cine Malvarrosa de mi niñez, las sesiones eran triples, empezaban a las 3 y acababan a las 10, yo también vi a Klaus Kinski haciendo de Aguirre y recuerdo la primera vez que vi La Naranja Mecánica en primera fila, acabé con tortícolis. Soy un fan incondicional tuyo y de Pedro, pero eso ya lo sabéis los dos.
La naranja mecánica… anda que no me costó colarme en el cine no teniendo la edad. Tela.
Un abrazo, Fernando. Un placer como siempre tenerte por estos pagos.