Hay sitios que parecen gafados, bien sea porque ellos mismos lo están o porque atraen a gente que lo están. Conozco un local comercial, muy cerca de mi casa, que está en tal situación porque, en los ni siquiera dos años que llevo viviendo aquí, ya ha albergado a tres negocios distintos.
Cuando me mudé, había ahí una tienda de comestibles diversos, de estas que están abiertas desde muy temprano a la media noche y que venden casi de todo. La llevaban unos negros con rastas que, pese a sus esfuerzos, no pudieron hacerse con clientela bastante como para sobrevivir en el barrio. Se enfrentaban a la competencia muy dura de una tienda de las de toda la vida, con parroquia fija, regentada por un español, a la que había que sumar otras dos de chinos, que parece que lo van a copar todo en este terreno y en el de los todo a cien.
De hecho, cuando echaron el cierre, al cabo de poco más de un mes volvió a abrir de la mano de unos chinos. Esta vez la tienda fue de ropa y resultó un completo desastre. Una cosa es que los chinos sepan imitar y duplicar todo y otra que todos ellos sepan cual es el buen gusto a ojos de un europeo occidental. La ropa era supercutre, feísima, no apta siquiera para mercadillo de categoría ínfima. Aguantó unos meses, saldaron toda esa ropa y cerraron.
El local estuvo cerrado esta vez más tiempo. Ha vuelto de nuevo a abrir, reconvertido en locutorio regentado por bolivianos. Locutorio, ciber, envíos de dinero al extranjero… ya saben. Nunca he visto ahí a nadie. Siempre está un hombre, o una mujer, allí dentro, junto a ordenadores siempre vacíos. Abren en un horario amplio. A veces he vuelto a casa cerca de la medianoche y ahí estaban los cierres subidos, las luces encendidas y ese dueño o encargado, sentado paciente a pesar de la hora, esperando a un cliente que jamás llega a entrar.
Así que echará el cierre una vez más, supongo. A no ser que eso sea un lavadero de dinero, que en este país ya todo es posible. Si sigue abierto lo sabremos. Si no, ese local cerrará sus fauces como los cocodrilos, para esperar inmóvil la llegada de una nueva víctima a la que arruinar.
Sí, hombre… que hay lugares con ángel y otros negros negros.
Cerca de la casa de mi suegra, en una calle con muy pocos transehuentes, hay un local que sí o sí, al cabo de año, año y medio de instalado un comercio, cerraba. No porque se fundiera, al contrario, había generado tanta riqueza, que los inquilinos se mudaban a lugares mejor ubicados. Y hacían mal, porque al irse la buena fortuna se les cortaba.
Llegó uno que no se fue, llevará como 10 años allí y, el dinero parece lloverle.
Ese es un local con ángel. En cambio hay otros, que se instale lo que se instale, están condenado a la ruina.