O cómo subestimar los sentimientos puede unir a tus rivales y dinamitar tus propios planes.
Carl von Clausewitz, el gran teórico prusiano de la guerra, no hacía frases pegadizas para las redes sociales. Más bien nos dejó una gran advertencia: los conflictos no se ganan solo movilizando recursos o trazando estrategias. Tienen también una dimensión intangible pero muy real: los sentimientos.
En su magna obra, De la guerra, Clausewitz describe lo que llama una “trinidad asombrosa”, formada por:
- La pasión del pueblo: orgullo, miedo, odio, identidad.
- El genio del comandante: capacidad para adaptarse al caos.
- La razón del gobierno: los fines políticos que orientan todo conflicto.
Es una trinidad que no solo vale para la guerra física, sino para cualquier conflicto, incluido el político. Y no tenerla en cuenta puede llevar al desastre.
El error de Putin
Ahí está Vladimir Putin, que creyó que Ucrania caería como fruta madura en su regazo de la Gran Ruisa. Que bastaba con superioridad militar y cálculo estratégico. Pero se olvidó el factor clave: los sentimientos colectivos ucranianos.
La invasión no solo no fue relámpago ni logró sus objetivos, sino que desencadenó una reacción contraria, porque:
- La sociedad ucraniana se unió.
- La OTAN resucitó.
- Europa, pese a sus divisiones internas, reaccionó.
- Finlandia y Suecia, históricamente neutrales, pidieron entrar en la Alianza Atlántica.
- Y podríamos seguir.
Putin despreciaba los sentimientos y acabó generando un bloque más cohesionado de lo que él mismo imaginaba.
El caso Trump
Donald Trump, en su retorno a la escena política global, parece haber caído en el mismo error.
Sus recientes declaraciones y propuestas van en una línea de lo más agresiva:
- Impone nuevos aranceles masivos a diestro y siniestro.
- Anuncia su intención de abandonar a Ucrania a su suerte.
- Ridiculiza a Canadá y sugiere anexionarla a EEUU.
- Plantea la compra de Groenlandia a Dinamarca (y enfadarse si se niega).
- Insulta a la OTAN y desprecia abiertamente a la Unión Europea. Ha roto lo que parecía imposible: el bloque económico-defensivo occidental, al sembrar el enojo, el temor y la desconfianza.
Trump no se limita a cambiar políticas: humilla, desprecia, acorrala emocionalmente a sus hasta ahora aliados. Y ahí está el problema. Porque puede conseguir el efecto contrario al que busca.
El agresor como catalizador
Si echamos la vista atrás a la historia, no nos faltan los ejemplos. Ahí está, sin ir más lejos, la invasión napoleónica de España en 1808.
Napoleón, que dominaba Europa, pensó que hacerse con la península sería un trámite. Pero, al intervenir de manera directa en la política española y colocar a su hermano en el trono, despertó una ola de rechazo sin precedentes en una nación hasta entonces dormida ante sus avances.
El resultado fue la Guerra de la Independencia, cuyas consecuencias fueron, entre otras:
- Una resistencia feroz y popular.
- El nacimiento del patriotismo y el nacionalismo (este nos lo podríamos haber ahorrado) españoles modernos.
- Un desgaste militar enorme para Francia.
España fue el Vietnam de Napoleón. Y no por los recursos militares con los que los españoles contaban en aquel momento de decadencia, sino por el volcán emocional que activó su agresión.
Pues bien. Trump podría estar haciendo lo mismo con una Europa cada vez más burocratizada y desencantada con su proyecto común. Puede estar ayudando a unir, a reactivar la Unión y a desbloquear proyectos como una defensa propia y común (más o menos esto último). Puede ser el estallido del petardo que saque a Europa de su somnolencia común.
La emoción como cemento político
La indignación colectiva puede pesar más que las pérdidas materiales. Orgullo herido sin razón, identidad ofendida, dignidad puesta en un brete… eso a veces vale más que los tratados, las fronteras, los decretos. Así que:
- Lo que no logró el euro, puede lograrlo el desprecio del dirigente electo de una nación hasta ahora amiga.
- Lo que no consiguió la integración institucional, puede surgir de la necesidad de protegerse del aliado que se vuelve hostil.
- Lo que parecía impensable —una Europa autónoma en defensa y política exterior— empieza a tomar forma como reacción a Trump.
Lo que nos enseña Clausewitz (si se le escucha)
Y eso es que la política internacional no es una partida de ajedrez ni una hoja de Excel. Es una batalla compleja, con su lógica propia. Y, en esa lógica, ignorar los sentimientos colectivos es como despreciar la gravedad en física.
Trump y Putin cuentan con recursos, medios y propaganda. Pero ambos han cometido —y siguen cometiendo— un error clásico: despreciar la pasión de los pueblos. Esa que Clausewitz colocaba como uno de los tres pilares de todo conflicto.
Y cuando esa pasión se despierta, moviliza multitudes y puede derrotar a imperios con muchos mayores recursos materiales y humanos. Puede cambiar el curso de la historia.