No es de lejos la primera vez que llego a un libro a través de páginas que no son las especializadas en cultura. Es verdad que la mayoría de esas veces —pero no todas— ha sido a un ensayo. Tal es este caso. En estos días, diversos medios han dado espacio y entrevistas a David van Reybrouck, un autor belga que, a pesar o gracias a haber estudiado arqueología y filosofía, ha escrito un libro muy interesante sobre política apto para un ciudadano medio, como somos la mayoría en este tema.
La verdad es que algunas de las entrevistas trasmitían una imagen bastante confusa sobre las posturas de van Reybrouck y uno podía sacar la impresión de que defiende fórmulas elitistas de democracia. Nada más lejos de la realidad sino que, al contrario, defiende una «democratización de la democracia», valga la redundancia. Pero a pesar de esas impresiones contradictorias, lo que en esas entrevistas se decía me llamó la atención lo bastante como para comprar el libro. Fue una buena inversión, va al grano y no se alarga en tonterías, y lo devoré en un viaje a Castellón de la Plana.
Contra las elecciones. Cómo salvar la democracia, de van Reybrouck, está muy bien estructurado. Primero da una perspectiva histórica de los sistemas democráticos (entendidos estos aquellos donde al menos un segmento de la población votaba, porque el sufragio universal es un logro de nuestros tiempos) que se basaban, en mayor o menor medida, en la elección por sorteo de cargos públicos sobre un censo de ciudadanos. Comenzar así está bien porque hay algo en el ser humano que le empuja a buscar siempre antecedentes a todos. Hay como un horror, al menos en las ideas políticas, a lo totalmente nuevo. Hasta los anarquistas se buscaban a sí mismos, como antecedentes, a los anabaptistas del siglo XVI. Y, una vez que deja sentado que la democracia por sorteo ha existido en diversos siglos y tierras (también en España, en la Edad Media, en lugares de la Corona de Aragón sobre todo, pero también en algunos de la Corona de Castilla) y que esos sistemas han sido eficaces, estables y poco conflictivos, entra en tomate.
Lo que yo, como lector e interesado por la política valoro es la claridad del libro. Antes de nada, hace una radiografía de los problemas que aquejan a la Democracia Parlamentaria Representativa y que parecen comunes a la mayor parte de ellas en estos días: progresiva ineficacia, creciente conflictividad pública atizada por los medios de comunicación, aumento de la dispersión del voto y por tanto inestabilidad parlamentaria…
Después, hace una taxonomía de las diferentes alternativas posibles, en estos momentos, a la Democracia Parlamentaria Representativa (es decir, un régimen comunista o de corte fascista no parece hoy día viable como sustituto de la D.P.R.). Cada una de estas alternativas se justifica con una de las taras (reales) del sistema. Así, los Populismos señalan a los políticos como responsable de la mala calidad democrática, los partidarios de la Tecnocracia arremeten contra la defectuosa formación de electores y elegidos, etc. Tampoco vas a resumir el libro hasta el punto de hacer un spoiler. Léanlo.
Y luego el autor se lanza a explayarse sobre lo que él considera la alternativa mejor a la D.P.R.: la democracia deliberativa. La elección aleatoria de grupos de ciudadanos para que —bien asesorados y bien pagados, como los políticos de ahora—, se informen y debatan el tiempo fijado, sobre temas concretos, y después emitan su veredicto. Esos cuerpos electivos pueden serlo a varias vueltas, para permitir que se excuse quien no desee participar y para hacer un segundo sorteo corregido por sexos, edades, etc.
Sería una suerte de conscripción política que podría ir desde temas concretos a crear una verdadera cámara legislativa que genere las leyes por tal sistema.
Nos da los ejemplos de experiencias que ya han tenido lugar en varios países (Irlanda y Canadá entre ellos) y, desde luego, ha logrado volverme del revés mis esquemas. A mí sí. Al revés que algunas alternativas bastante tenebrosas, como los populismos, o naifs (¿naives?) como la democracia directa, la democracia deliberativa sí parece un modelo alternativo a la D.P.R. sin por eso eliminar la elección de ciertos cargos públicos por el método tradicional.
Eso sí. El autor, aunque mesurado, es un apóstol del sistema y no menciona los problemas que puede tener, que existen. Como digo, a mí me ha convencido. Pero, aunque no sea o no vaya a ser el caso, os recomiendo leerlo solo por el análisis y el planteamiento que hace de un sistema político que creemos muy evolucionado y a lo mejor no lo es tanto y que, desde luego, necesita correcciones y ajustes, no sea que si no acaben eclosionando en su interior los huevos de la serpiente y eso sí que será una verdadera catástrofe para casi todos.
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