Ya me he acostumbrado a soltar tal frase en muchas de las presentaciones de mis novelas históricas, y también en algunas conferencias o mesas redondas. No lo hago con intención de epatar y sí de situar las cosas en una óptica más adecuada, más que nada para evitarnos discusiones bizantinas. Pero, además, es lo que pienso de forma sincera. La historia no existe. Lo que existe es el pasado y la historia es la forma que tenemos de interpretar ese pasado.
Por eso, la historia cambia de manera constante. Porque, nos guste o no, nuestra forma de ver el pasado tiene mucho que ver con la cultura en la que vivimos. Es decir, el contexto en el que nos desenvolvemos.
Una muestra perfecta de esto que digo la tenemos en la figura del general Roca, uno de los presidentes de la Argentina en el siglo XIX. Roca fue el impulsor de lo que se llama la «campaña al desierto», que supuso la conquista de las inmensidades de la Patagonia. Amplió de forma espectacular el territorio de la República Argentina. Liquidó de paso a un buen montón de tribus indígenas y propició un reparto más que discutible de tierras entre amiguetes, camarilleros y clientes políticos. Eso es el pasado. Veamos cuál es la historia.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX, el general Roca estaba considerado en Argentina un héroe. Se levantaron estatuas en su honor y se dio su nombre a grandes edificios públicos. Pero, con el paso del tiempo y el cambio de mentalidades, Roca pues derivando desde el pedestal de los héroes al foso de los villanos, a ojos de una parte significativa de la población argentina (no toda, ya que había billetes conmemorativos de la campaña al desierto circulando; al menos a finales de la pasada década, no sé ahora). Para algunos, se convirtió en el ejemplo perfecto del espadón imperialista y expansionista, genocida y rapaz. Así que empezaron a quitarle estatuas. Esa es la historia. El pasado no había cambiado, pero sí lo ha hecho la historia, la forma de ver ese pasado.
Esto de la dicotomía pasado-historia no es más que un caso de algo general. Por ejemplo, la ley de la gravedad, la fórmula matemática en sí, no es la gravedad. Es la forma que tenemos de entender y desenvolvernos con ese fenómeno físico. Porque la física tampoco existe. Lo que existe es el universo y la física es la forma que tenemos de interaccionar con el universo. De igual manera, la teoría de la evolución no es la evolución.
Esto tiene cierta importancia a la hora de entender la novela histórica. De hecho, tras dos siglos de existencia, podemos ver con claridad hasta qué punto los tópicos culturales han influido en las obras. Pero también tiene una aplicación más que importante en la vida cotidiana. En España, en concreto, nos encarnizamos a menudo sobre cuestiones del pasado que, en el fondo no tienen solución. No la tienen porque las divergencias no se producen sobre nada objetivo, sino sobre diferentes percepciones del pasado.
Si a todo eso le añadimos la mala fe de los que de siempre se han esforzado por generar visiones espurias sobre el pasado, por crear falsa historia, entramos ya en un terreno minado. Pero eso… eso es otra historia, teniendo en esta ocasión «historia» otro significado, que es el de relato.
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