La destartalada expedición de los Colorados

 

El siglo XIX fue para España una época de conflictos internos que desembocaron en varias guerras civiles. Lo cierto es que fue un tiempo en el que lo heroico se codeaba —y a menudo se amalgamaba— con lo estrambótico y, a veces, lo ridículo. La expedición de los Colorados, de 1824, es una buena muestra de ello, como lo fue, por ejemplo, el levantamiento de los hermanos Bazán, del que ya hemos hablado.

El contexto histórico: Fernando VII y la Década Ominosa

Tras largos años de combates, los españoles lograron expulsar a las tropas napoleónicas en 1814. Fue una guerra que a los propios españoles les costó, según se estima, alrededor de medio millón de muertos (en un país que no llegaba a los 12 millones de habitantes). A esos hay que sumar unos 50.000 aliados ingleses que también perdieron la vida en los combates. Y los franceses sufrieron unas 200.000 bajas.
Luego de esa matanza y con una nación devastada económicamente por la guerra, y el imperio tambaleándose, debido al vacío de poder que se había producido, los líderes de los españoles no tuvieron otra ocurrencia que reponer a Fernando VII en el poder, fiados de que este había jurado respetar la Constitución de Cádiz.
Una vez en el poder, con apoyo de tropas extranjeras (los Cien Mil Hijos de San Luis) El Felón reimplantó el absolutismo y persiguió a los liberales, abriendo la época que se conoce como la Década Ominosa (1823-1833). Un periodo estuvo marcado por la restauración de privilegios para la nobleza y la Iglesia, y una férrea oposición a cualquier intento de reforma.
Los liberales, los que no fueron encarcelados, huyeron al exilio para reorganizarse. Así, en ciudades como Londres y París, se gestaron movimientos clandestinos que conspiraban para devolver la Constitución de 1812 y acabar con la tiranía borbónica. En este caldo de cultivo nació La Santa Alianza, una organización que conjugaba las ideas románticas de la época con las aspiraciones revolucionarias de los exiliados.

 

La Santa Alianza: conspiración y romanticismo, heroísmo y esperpento

La Santa Alianza, fundada en 1824 en Londres, era un grupo compuesto por antiguos oficiales, intelectuales y activistas políticos liberales. Entre sus principales líderes destacaban Pablo Iglesias, antiguo oficial de las Milicias Nacionales de Madrid, Carlos María Bustamante, Housson de Tour y César Conti, este último un intrigante italiano vinculado a los círculos revolucionarios europeos.

Inspirada en la estructura de las logias masónicas, la Santa Alianza se organizó en círculos, pequeñas células destinadas a coordinar las actividades conspirativas. A pesar de sus ideales elevados, la organización sufría tres problemas principales: la falta de efectivos, las desavenencias internas y la infiltración de agentes realistas. De hecho, tanto Housson de Tour como César Conti eran espías al servicio de Fernando VII, lo que minó la eficacia de sus planes. Así que, estando dos de sus cuatro cabecillas al servicio del rey absolutista de España, es fácil imaginar que sus aventuras no iban a ser muy venturosas.

 

Preparativos para la insurrección: un ejército improvisado

Con recursos económicos proporcionados por mecenas extranjeros, como el general Lafayette, la Santa Alianza adquirió armas y uniformes y organizó un pequeño ejército. A pesar de la precariedad de medios, la expedición estaba impregnada de un espíritu romántico y patriótico, con voluntarios dispuestos a luchar y morir por la libertad. Ese mismo espíritu romántico y patriótico hacía que, como en otros casos, marchasen cegados, seguros de que la inmensa mayoría de la población española se alzaría, jubilosa, para unirse a ellos contra El Felón. Pues su plan no era otro que desembarcar en las costas del sur para iniciar un levantamiento a favor de la Constitución.
El grupo adoptó una bandera tricolor roja, amarilla y verde, que algunos consideran la primera enseña republicana española. Este detalle subraya el simbolismo de la empresa, que iba más allá de la restauración constitucional y aspiraba a transformar el sistema político del país.
Sin embargo, las rivalidades internas emergieron rápidamente. Housson de Tour, al sentirse desplazado en el reparto de cargos, traicionó a la Santa Alianza, revelando sus planes a los masones exiliados. Estos, dispuestos a no quedarse atrás, organizaron a su vez su propio grupo, con la misma intención que los de la Santa Alianza y al mando del coronel Francisco Valdés. En un principio, se llegó a un acuerdo, pero no tardaron en surgir discrepancias sobre el mando lo que llevó a la creación de dos expediciones paralelas, una dirigida por Valdés y otra por Pablo Iglesias González.

Pablo Iglesias González

Vamos a detenernos un momento en este personaje, también vivo representante de esa época romántica, exaltada y sangrienta. Fue oficial de las Milicias Nacionales, cuerpo de voluntarios que jugó un papel clave durante el Trienio Liberal (1820-1823). Fue la Milicia Nacional de Madrid la que, el 7 de Julio de 1822, derrotó a la Guardia Real de Fernando VII, cuando trataba de derrocar al régimen liberal. Estuvo después en la retirada de las tropas liberales hacia Cádiz, ante el avance de los Cien mil hijos de San Luis, custodiando los restos de los héroes Daoiz y Velarde, para evitar que los franceses los profanasen. Y fue a él a quien la Santa Alianza confió el mando de sus expedicionarios.
Expedicionarios que no eran muchos, la verdad. de 49 voluntarios. Hombres, procedentes de diferentes países, entre los que estaban el general francés Claude-François Cugnet de Montarlot, el periodista español Benigno Morales y activistas irlandeses como Thomas Reiss y William Gusty. Tampoco iban sobrados de recursos. De hecho, para uniformarse, tuvieron que recurrir a comprar, de segunda mano, casacas del ejército inglés. Casacas rojas, que fue lo que les ganó el apodo, por parte de la población de los coloraos.

 

La expedición de Francisco Valdés: el desembarco en Tarifa

El 3 de agosto de 1824, Francisco Valdés desembarcó en Tarifa al frente de 120 hombres y mil fusiles. A pesar de su reducido número, lograron tomar la ciudad, enarbolando la bandera tricolor y declarando su intención de restablecer el orden constitucional. Sin embargo, su posición se tornó insostenible, cuando las fuerzas realistas comenzaron a converger desde distintos puntos.
Valdés solicitó apoyo a Pablo Iglesias, con el que no se llevaba nada bien. De hecho, el primero denominaba al segundo El galonero, por su gusto por los galones y las charreteras. Pablo Iglesias desoyó la petición de auxilio de su rival. El resultado fue que, al final, Valdés y unos pocos huyeron en bote, dejando a los demás expedicionarios librados a su suerte. Suerte que no fue otra que un rápido fusilamiento.

 

La expedición de los Colorados: el desastre de Almería

Pablo Iglesias, ajeno al fracaso de Valdés, prosiguió con su plan. El 6 de agosto de 1824, los coloraos embarcaron en Gibraltar a bordo del bergantín inglés Federico, dirigiéndose a Almería. A su llegada el 14 de agosto, contaban con ganar el apoyo de la población y hacerse con la ciudad. Por cierto que Iglesias vestía un uniforme de lo más deslumbrante, sin duda para revestirse de una apariencia de gran jefatura militar que atrajese partidarios.
Eran pocos, pero contaban con otra baza. Porque una fuerza irregular, al mando de un oficial no identificado, según los Papeles de palacio, bajó desde las Alpujarras, con intenciones de unirse a los desembarcados. Sin embargo, parece que Iglesias y ese oficial no lograron ponerse de acuerdo. El resultado fue que esa misteriosa fuerza se volvió a sus tierras altas.
Los coloraos quedaron, por tanto, librados a su propia suerte. Eso no intimidó a Iglesias, que decidió atacar la ciudad de Almería. Al parecer, contó con el apoyo del bergantín, que bombardeó la población. Y los coloraos se lanzaron al asalto, solo para toparse con la dura realidad. Los almerienses no se alzaron a su favor y los realistas se enfrentaron a ellos con dureza.
El combate fue tan sangriento como desigual. Muchos de los insurgentes murieron en el enfrentamiento, y los supervivientes buscaron refugio en las sierras cercanas. Sin embargo, la mayoría fue capturada en los días siguientes. El 24 de agosto, 22 expedicionarios fueron fusilados en Almería sin juicio previo. Allí murieron, entre otros, Benigno Morales, redactor del periódico comunero El zurriago, y Cugnet de Montarlot.
No así Pablo Iglesias, al que condujeron a Madrid. Aunque su final fue el mismo. Tras un juicio sumarísimo, fue ejecutado también, el 25 de agosto en su caso. Por cierto que cierto que la madre de Pablo Iglesias González, Francisca González, solicitó clemencia al rey Fernando VII para su hijo. Según relatos históricos, Francisca logró postrarse a los pies del monarca y le imploró merced, cosa que el felón pareció conceder. Aunque no fue así.

Castigo y redención postrera

En 1837, durante el reinado de Isabel II, se erigió un cenotafio en su honor en el cementerio de Belén en Almería. Posteriormente, en 1870, se construyó un monumento más significativo, conocido como El Pingurucho, que se convirtió en un emblema local.
Durante la dictadura franquista, este monumento fue destruido en 1943 para evitar que simbolizara la resistencia al autoritarismo. Sin embargo, en 1988, ya en democracia, fue reconstruido por suscripción popular, devolviendo a Los Coloraos su lugar en la memoria colectiva. Así que, al final, cierta victoria consiguieron.