Es curioso cómo nombres propios y fechas ligadas a las revoluciones liberales del siglo XIX han desaparecido del callejero madrileño y también de la memoria de los ciudadanos. O tal vez no es curioso y sí significativo. Al fin y al cabo, estamos en un país donde siempre han gobernado los mismos, aún a costa de ir haciendo concesiones, de permitir ciertos cambios para que nada en realidad cambie.
Y, sin necesidad de recurrir a teorías de la conspiración, algo tendrá que ver. Por ejemplo, en algún momento, un héroe liberal como el general Torrijos perdió la calle que le honraba para dejar paso a un político conservador como el Conde de Peñalver.
Algunos no perdieron sus calles y sus estatuas, pero sí se han esfumado de la memoria del madrileño medio. Y de nuevo no se debe a ninguna conspiración y sí al desinterés a la hora de conmemorar a personajes que no dejan de ser ejemplos incómodos e inquietantes. Es el caso de don Joaquín Vizcaíno, marqués viudo de Pontejos. A muchos les suena porque tiene calles, una plaza famosa por sus establecimientos de cordones, hilos y botones, etc. Pero ¿cuántos recuerdan quién fue y por qué se le conmemoró con tres vías públicas, estatuas y bustos?
Pues el marqués viudo de Pontejos puede ser llamado con justicia El mejor alcalde de Madrid. El de verdad. Y no es por ser iconoclastas ni por quitar los méritos que puedan corresponder al rey Carlos III. Pero a este le tildaron así por los grandes edificios públicos que mandó edificar en la ciudad. Fue el ejecutor de una política entonces progresista, de centralizar en la capital grandes museos, bibliotecas, etc. Con los Austrias, que eran de otra época e ideologías, Madrid fue poco más que una sede regia. Con los Borbones se convirtió en una verdadera capital. Pero ¿y la gente?
El marqués de Pontejos fue una verdadera figura del romanticismo español. Estuvo en la guerra de la Independencia, donde luchó en el ejército regular. Liberal convencido, sirvió en la Milicia Nacional durante el Trienio de Oro, y hubo de exiliarse tras la invasión de los Cien mil hijos de San Luis y el regreso del absolutismo. A ese exilio le acompañó su esposa, la marquesa de Pontejos, que era casi veinte años mayor que él.
Pero además de por su valor en la guerra y su lealtad a sus convicciones, Joaquín Vizcaíno se ganó el amor de los madrileños cuando, a la vuelta del exilio, fue alcalde (corregidor se llamaba entonces) de Madrid de 1834 a 1836. Y desde ese cargo impulsó medidas no tan faraónicas pero sí de una importancia tal que sin duda merece ser considerado el verdadero mejor alcalde de Madrid. Se ocupó de meter alcantarillado, alumbrado público, pavimentar vías públicas, etc. Fue también él quien impulsó la forma que se tiene de numerar a los inmuebles en Madrid, mediante el cual las calles comienzan en el punto más cercano a la Puerta del Sol, siendo pares los números de la acera derecha e impares los de la izquierda. De igual manera, impulsó la planta de arbolado, la construcción de baños públicos al servicio del pueblo…
Cuando abandonó sus cargos públicos, se dedicó a uno de sus sueños. Fue él quien creó la Caja de Ahorros de Madrid, con la misión de ofrecer créditos a interés cero a la gente humilde para que pudiera crear sus propios negocios. Eso fue la Caja de Ahorros de Madrid en sus comienzos —no tardó en fusionarse con el Monte de Piedad, creado por el Padre Piquer en el siglo XVIII para asistir a los necesitados—, lo que hace más paradójico lo que ha ocurrido con ella en los últimos años, gracias a cargos públicos de mucha menos talla ética, humana y política que aquel gran hombre.
Por todo ello, el pueblo de Madrid le homenajeó dándole calles, estatuas y un aprecio colectivo que pocos políticos en este país encarnizado han conseguido. Gobiernos municipales posteriores no tuvieron especial interés en mantener su memoria y, siendo como es España, y Madrid no es la excepción, ese político de talla excepcional, humanista y progresista, fue esfumándose poco a poco del recuerdo de sus conciudadanos.
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