Desde la sombra inmóvil, la almohada
brinda a los dos, felices, el verano
de una blancura tan afortunada
que se convierte en sumo acorde humano.
Los dos felices, en las soledades
del propio clima, salvo del invierno,
buscan en claroscuros sin edades
la refulgencia de un estío eterno.
Hay tanta plenitud en esta hora,
tranquila entre las palmas de algún hado,
que el curso del instante se demora
lentísimo, cortés, enamorado.
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