Vivir hace ya años en Galicia me dejó, entre otras cosas, un cierto deje gallego en mi acento que confunde a no pocos. La gente no sabe ubicarme por el habla y cada uno me lleva a la casilla que mejor le suena. Cuando viajo a Barcelona, es normal que me tomen por asturiano y aquí, en el propio Madrid, al oírme hablar piensa que soy gallego, asturiano e incluso sudamericano.
Eso de que piensen que eres de donde no eres tiene su parte instructiva, no necesariamente agradable. Que me tomen por latinoamericano, por ejemplo, me ha permitido constatar que una parte de mis compatriotas carga con más rasgos xenófobos de los que nos es cómo de aceptar. Por ejemplo, hace años, estaba en un bar con unos amigos, despotricando contra el gobierno de turno, que era en concreto el de Zapatero —en realidad, despotrico contra todos los gobiernos que nos van tocando, no por repartir, sino porque todos me dan motivos para despotricar—. Dado que una de las características de discutir en público es que los que están al lado se enteran de lo que estás hablando, un tipo cercano, en un momento dado, perdió los papeles. Irrumpió en nuestra conversación de muy malos modos y me intimó a que «si no me gustaba lo que hacía el gobierno de España, me fuera a mi puto país y en paz.
Pasado un primer momento de perplejidad, le contesté que este era mi puto país. Que yo había nacido aquí y que el que se tenía que ir era él, pero a tomar por culo. Sé que es lenguaje malsonante, pero es a donde le mandé. El tipo me confundió con extranjero y, por ese simple hecho, se consideró legitimado para interrumpir mi discusión y tratar de intimidarme. En fin.
Esta particularidad, de todas formas, también me ha dado incidentes agradables y hasta hilarantes. Ayer, por ejemplo, caminaba por el Cinturón Verde Ciclista y otro paseante algo me preguntó. Yo le respondí con una frase y entonces me miró con atención y me preguntó:
—¿Es usted argentino?
Su acento era del Cono Sur, sí, aunque debe llevar mucho tiempo en España para formular la pregunta a la española. Yo le respondí negativamente. Que era de aquí, nacido aquí. Al tipo se le puso cara de decepción, se disculpó y siguió a paso vivo, más rápido que yo. A los pocos metros se detuvo y volvió, como consciente de la cara que había puesto. Me dijo.
—Discúlpeme. Es que me llevé una alegría al creer que me había topado hoy justo con un argentino. Por un momento ¡creí que había encontrado alguien con el que cagarme en la reputa selección!
Y con esas se fue. Yo aún me estoy riendo.
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