Por alguna razón, esta mañana de Navidad me he despertado bastante pronto, como a las diez. Me he llegado a la terraza. Hacía un día de sol y frío, y, en el edificio de enfrente, había un niño mirando por la ventana. Llevaba un pijama de esos ceñidos, un esquijama, y esa simple visión ha sido suficiente para hacerme retroceder con el recuerdo en el tiempo, a navidades ya muy lejanas.
Lo llaman gatillo o disparadero, creo. Un detalle hace que recordemos algo. En este caso, se han conjugado la visión del crío y en pijama, y el olorcillo a metal caliente de las calefacciones, que asocio también a mi infancia en invierno y en este piso. Aquí viví una parte de mi niñez y luego, décadas después, he vuelto. Las mañanas de Navidad y de Reyes, precisamente, uno veía por las ventanas abiertas de las casas de enfrente una multitud de niños en pijama correteando en busca de regalos. Así que supongo que eso se asoció de alguna forma, en mi cabeza, con la Navidad y esta casa. Por eso, esa sencilla imagen ha bastado para enviarme muchos años atrás, a cuando yo mismo era un niño que iba en pijama y descalzo, por el entarimado, buscando los regalos que pudieran haberme dejado los Reyes, pese a que aún sólo era el día de Navidad.
Ha sido sólo un momento, un fogonazo, y después he vuelto. Pero, en ese instante, lo he sentido hasta en los huesos.
Es curioso cómo funciona la mente.
Es hermoso retrotraernos a ese momento mágico en que prácticamente no dormíamos la víspera de reyes expectantes por saber que nos dejarían de regalo!! Al leerte también causó efecto en mí el gatillo disparador de tan pero tan lindos recuerdos.