Eso, que a veces soy un verdadero desastre. Esta semana que acaba, desde luego, lo he sido. Será porque tengo la cabeza puesta en otras cosas. El lunes fui a visitar a una amiga, convaleciente ya en su casa de una operación, y me dejé la billetera en el taxi. Así que mi amiga, a la postre, además de invitarme a comer, tuvo que dejarme dinero para el taxi de vuelta. Vaya negocio que hizo…

Al día siguiente me serruché un pulgar, cortando rebanadas de una cebolla para la ensalada. Eso es lo que les pasa a los listos y los vagos que desdeñan usar las tablas de cortar. El miércoles salí de casa pensando en mis cosas, y me dejé la llave dentro, puesta en la cerradura. Así que, al volver, ni con otra llave se podía abrir. Para mi vergüenza, se acabó movilizando media escalera, tratando de ver la forma de abrir o de entrar por una ventana. Menos mal que el vecino de abajo logró abrir con una hoja de plástico. Ya me veía pagando un dineral a un cerrajero de emergencia, que hubiera hecho justo eso mismo.

            Remató la semana demorando comprar billetes a Barcelona. Dejé pasar los días y el jueves caí en la cuenta, con horror, de que la semana que viene es Navidad. Ya no había billetes de vuelta para el viernes, excepto en el tren de las siete de la mañana, en primera. Esta vez no me ha salvado nadie ni nada: he tenido que pagar un buen dinero y, encima, me tocará madrugar.

            Menos mal que quedan tres horas para que remate la semana. Supongo que ya no pasará nada, pero, por si acaso, toco madera…