Anoche, tras muchos meses ausente, vino a visitarnos la lluvia. Primero fue una fina, el típico calabobos, justo al ocaso, que se fue convirtiendo en otra de gota gruesa con el paso de las horas. Y así ha estado hasta esta hora en la que escribo, alternando la lluvia meona con el chaparrón.
Fue agradable estar anoche en casa, ya de madrugada, oyendo golpear a la lluvia contra aleros y cristales. Fue como el regreso de esos a los que, aunque importantes, sólo echamos de menos cuando faltan demasiado tiempo. Anoche, el sonido de la lluvia, goteando por todos lados, fue como un arrullo. Ahora sigue lloviendo. Tantas horas de agua han disipado el calor que pudieran haber acumulado aceras y fachadas. Se ha instalado por fin algo de frío. Un frío propio de la estación, húmedo y algo desabrido, que provoca de vez en cuando un escalofrío.
También esto tiene su encanto, como lo tiene pasear por las calles de repente entreveladas y un poco tristonas, entre el caer de agua y de hojas muertas. Seguimos en otoño.
Estaba deseando que cambiase el tiempo para que escribieras algo.
Un otoño por demás melancólico, amigo.