Hará tres o cuatro años leí en el periódico que un hombre con el que navegué en tiempos, se había ahogado. Era tripulante de un pesquero pequeñito que naufragó en las costas gallegas, supongo que mientras se dedicaban a la bajura. El caso es que este hombre y yo coincidimos en un petrolero allá a comienzos de los 90.
Entonces, él era bombero –lo que en la marina significa que se encarga de las bombas para el trasiego de petróleo, y no del apagado de incendios, como en tierra- y lo que voy a contar sucedió mientras cargábamos junto a una de las plataformas de Abú Dabi, en el Pérsico. Alguna de las alarmas debió saltar, porque el capitán me envió con un bombero, este hombre, al cuarto de bombas, a comprobar que todo estaba bien. Eran ya horas altas de la noche, y llevábamos un montón de horas en pie, con los mil problemas que dan esas operaciones en barcos muy grandes y demasiado viejos.
Los cuartos de bombas están, para entendernos, en lo más hondo de pozos que corren de arriba abajo toda la altura de los petroleros. Hay que bajar por tramos y tramos de escaleras, hasta llegar ahí abajo. Cuando lo hicimos, fue para encontrarnos con que en una de las tuberías, de puro vieja, se había abierto un poro; es decir, un pequeño agujero por donde escapaba el petróleo. Yo, que era el oficial, llamé al puente para informar y me dijeron que iban a ordenar a la sala de máquinas que parasen esa bomba. También nos pidieron que nos quedásemos a comprobar que se detenía la fuga.
Así lo hicimos. El problema fue que comenzaron a pasar minutos, el petróleo se seguía escapando, el poro se hacía cada vez más grande, y allí no se detenía nada. Llamé una vez al puente y me dijeron que iban a insistirle al maquinista de guardia. Y sí, pero nada. Así que, con cada vez más petróleo allí abajo, el bombero y yo nos miramos una vez y, sin cambiar palabra, salimos los dos corriendo, escaleras arriba.
El problema de esas fugas de petróleo es que parte se convierte en gases. Y esos gases no huelen pero matan. Dicen los que han visto morir a hombres por culpa de escapes parecidos que no los notan, que de repente se caen redondos, como pajaritos en las minas con grisú. A mi no me parece una muerte envidiable. Así que fue una carrera realmente horrible, con la lengua fuera, subiendo tramo tras tramo de escalera, con la idea de que, en un momento dado se podía apagar todo, para siempre.
Llegamos arriba ahogados, empapados en sudor, y mira que se suda en el Pérsico. Luego pedí explicaciones de qué había pasado. Por lo visto, los del puente habían olvidado decir que había que parar la bomba de inmediato, porque había una fuga, y hombres allá abajo. Y el maquinista, que estaba a diez cosas y al que los mandos de las bombas le pillaban algo retirados en aquel momento, decidió por su cuenta y riesgo que ya la pararía… cuando tuviese tiempo. En fin, son cosas que pasan. Al día siguiente coincidí con él en la comida y no le dije nada. ¿Para qué?
El caso es que cuando llegamos arriba el bombero y yo, y salimos a cubierta, a respirar ese aire recalentado, lleno de olores salinos y hedor a combustible, que es tan típico de las cargas en el Pérsico, nos quedamos un buen rato junto a la borda, jadeando. Recuerdo perfectamente que me dijo entonces, casi sin resuello.
-Esto es demasiado para mí. Lo llevo pensando y, en cuanto pueda, dejo esto. Voy a contenerme un poco, a ahorrar algo y a hablar con amigos, a ver si me buscan algo en la pesca. Será mejor que esto, y encima podré estar más con la mujer y los chicos.
Luego yo me desembarqué y no volví a saber nada de él hasta que leí su nombre y dos apellidos en la noticia del periódico. Así que supongo que logró dejar la mercante y conseguiría un puesto de marinero o mecánico –ahí no lo decía- en cualquier pesquero, que él consideraba más seguro.
Ya ven cómo son las cosas.
Si era de la costa es extraño que pensara que los pesqueros son más seguros. En ellos los errores se pagan a veces de la misma manera y el trabajo es inhumano. Al menos logró salirse con la suya. Tal vez durante algunos años hasta llegó a ser más feliz. Quién sabe.