Anoche, de madrugada, me despertó la lluvia. Fue el rugido del agua, porque caía en tromba, tal como suele suceder con estas tormentas de verano. Había estado todo el día pesado, plomizo, de un calor insoportable. Cuando abrí los ojos, había refrescado mucho de repente, olía a tierra mojada, la lluvia caía en aguacero y las cortinas ondeaban en un viento que acababa de levantarse. Precisamente ayer mismo coloqué esas cortinas, son nuevas, blancas, traslúcidas como gasas, de forma que se agitaban en la medio oscuridad de la habitación como banderas fantasmas.
Me fui a la ventana, me quedé apoyado en el alféizar, mirando llover. El chaparrón barría en cortinas de agua el descampado frente a mi casa, y los coches relucían mojados. Grandes gotas me salpicaban las manos. Me quedé allí un rato, mirando, sin pensar en nada. Luego me volví a la cama. Había refrescado tanto que se estaba agradable. Debí dormirme en seguida. O eso supongo. Al menos, ya no recuerdo más nada.
Oye qué bonito…lo estaba imaginando mientras lo leía…y me he refrescado la cara con la lluvia de las manos…
Llevás una bitácora maravillosa.
Esta historia me recordó una mañana de abril, en la que un hombre miraba una lluvia menuda que acentuaba los fríos.