Aquí tenemos a un personaje muy de finales del XVIII y principios del XIX, capaz de cambiar de ejércitos y de lealtades (o de convicciones), de forma tan extrema como con gran soltura. En realidad su nombre real fue Georges Bessières Guillon, ya que era francés de nacimiento, pero, como las andanzas que le hicieron pasar a la pequeña historia las desarrolló en España, se le suele hispanizar el nombre de pila a Jorge.
Nació en 1785 y, en algún momento, desde su tierra natal, se mudó a Barcelona. Allí estuvo ocupado en un oficio que poco tenía que ver con el de las armas, desde luego, pues fue tintorero. Pero su oportunidad llegó con la invasión napoleónica y el estallido de la Guerra de la Independencia pues, al haber estado residiendo en España, pudo enrolarse en el ejército francés para prestar servicios de traductor.
Luego cambió por primera vez de bando, al pasarse al ejército español. Aunque llegó a alcanzar el grado de teniente coronel, trató luego de volver al ejército francés en 1812, cosa que no logró y que al final le costó ser expulsado del español. Estuvo desaparecido de la vida pública unos años, hasta que en 1821 tomó parte en una conspiración de tipo republicano en Barcelona, junto con un fraile franciscano mexicano, Luis Gonzaga, que militaba en los llamados exaltados, los liberales que no se conformaban con una monarquía constitucional y propugnaban la instauración de una república.
El complot fracasó, como tantos y, aunque el fraile fue absuelto por falta de pruebas, Bessieres no tuvo tanta suerte, ya que fue condenado a garrote vil. Se salvó tan in extremis que había ya levantado el cadalso y estaba él en capilla cuando suspendieron la ejecución. Un tribunal militar le conmutó la pena por la de prisión en el castillo de Figueras y, posteriormente, le liberaron, enviándole al destierro con pena de muerte en caso de regresar.
Estando en Francia, entró en contacto con los ultrarrealistas de la Regencia de Urgel, cosa que merece un inciso. Esa «regencia» fue una especie de territorio liberado creado por la fuerza de las armas por partidas ultra absolutistas catalanas, que fue presidida por el marques de Mataflorida. En esa aventura participaron personajes tan coloristas como el guerrillero Antonio Marañón, el Trapense, o Josefina de Comerford, la Generala. Bessieres, por su parte, organizó y capitaneó una partida absolutista que anduvo guerrilleando por la zona de Aragón y Guadalajara, donde no tuvo gran fortuna, pues fue vencido por dos veces por el Empecinado.
Un giro dramático, ¿verdad? De republicano a ultrarrealista. ¿Un cambio de chaqueta? No, quizá no debamos llamarlo así, pues no fue una simple mutación por interés. Recordemos que el complot republicano lo urdieron liberales radicales contra el gobierno de los liberales moderados, sustentadores de la monarquía constitucional. Fueron los liberales moderados los que condenaron a Bessieres primero a muerte y luego a prisión y exilio. Y de esas desdichas nació en él un odio acérrimo contra los liberales, que ya le iba a acompañar el resto de su vida, que tampoco sería tanta.
Como el resto del Ejército de la Fe (los sublevados por el absolutismo por buena parte del territorio español), se unió a los Cien Mil Hijos de San Luis cuando estos invadieron España en 1823. Estuvo en diversas batallas y trató de entrar en Madrid con la vanguardia del ejército invasor, pero los defensores del regimiento de Guadalajara hicieron frente a sus tropas, que acabaron desbandados. Más tarde, sin embargo, protagonizó la toma de Cuenca, lo que le valió el ascenso a mariscal de campo en 1824 y la Laureada de San Fernando en 1825.
Nada de eso le apaciguó pues, en junio de ese mismo año, acaudilló una rebelión de tropas ultrarrealistas, que consideraban a Fernando VII demasiado blando con los liberales, y en la que participaron desde soldados regulares a voluntarios realistas (paramilitares creados por Fernando VII en sustitución de la Milicia Nacional, que estaba llena de liberales). Hay quien dice que esa rebelión fue toda una falsedad urdida por el propio Fernando VII para justificar la represión que ejercía.
Lo cierto es que Bessieres marchó a la zona de Guadalajara, donde intentó sin éxito tomar Sigüenza. Trató de refugiarse en la serranía de Cuenca y allí le capturó otro personaje de origen también francés y trayectoria turbulenta, el Conde de España. Este hizo fusilar al prisionero sin mayores trámites, el 26 de ese agosto, en Molina de Aragón, al día siguiente de capturarle. Y después hizo destruir toda la documentación que portaba Bessieres (incluyendo un salvoconducto firmado por el propio Fernando VII y que se negó a respetar), lo que ayuda a pensar que en todo aquel asunto algo raro había. Porque, ¿por qué iba a rebelarse alguien que solo unas semanas antes había logrado tan altos rango y distinciones?
Así que si toda aquella rebelión fue un montaje, entonces Bessieres recibió el mismo pago por sus servicios que muchos otros que apoyaron, en unos casos, o negociaron en otros, con Fernando VII. La ejecución. El rey le utilizó y, cuando ya le hubo sacado provecho, dado que podía prestar testimonio peligroso, le puso delante del pelotón.