Ahora que he entregado una novela y ando maquinando de cabeza la próxima, salgo a pasear bastante. A veces hasta dos o tres horas. Camino por las pistas de tartán que ha habilitado el ayuntamiento en los parques lineales que costean la M-40, pensando en tramas, situaciones, personajes.
El otro día, el paseo me llevó por una zona que, hasta hace no tanto, estaba totalmente fuera de Madrid. Aquello estaba cubierto de pinares, de los que quedan aún buenos restos, aunque ya bastante devorados por edificios y urbanizaciones. Pero la parte en concreto a la que me refiero está junto a un viaducto, donde la carretera se convierte en elevada y, quizá por eso, los pinos se han salvado, porque la presencia del viaducto hacía algo menos atractiva la zona.
Y allí, como una reliquia, se encuentra uno de repente con un camping. Si, un camping ahora enclavado en una pequeña bolsa verde, rodeado ya por toda partes por urbanizaciones. Ahora. En otro tiempo, ese camping estaba fuera de la ciudad. No mucho, pero sí fuera, y la gente se iba con la caravana o la tienda de campaña, a hacerse la ilusión de que se alejaba de Madrid. Era una forma de veranear, cuando no había dinero para marcharse a más distancia.
En otro tiempo, lo que ahora es la parte de Arturo Soria estaba lleno de mansiones a las que los ricos, a comienzos del XX, se retiraban en verano, en busca de algo de fresco y sosiego. Yo recuerdo haber visto algunas, con ese estilo que supongo que sería neogótico y que, sumadas al abandono, hacían recordar a la casa de la familia Munster o al hotel de Psicosis. Y, cuando yo era chaval, gente que no podía escaparse a la sierra, se iba al Pinar del Rey, a echar el día. Otro pinar que entonces estaba casi en las afueras y que ahora se ha vuelto un manchón verde entre casas.
La ciudad ha ido avanzando y ha ido englobando todo eso. Pero, de alguna forma, el camping del que hablo ha subsistido. Así que supongo que la gente sigue yendo con la caravana a veranear allí, a hacerse la ilusión de haber salido de Madrid, aunque ahora ya no están ni siquiera pegados a ella, sino del todo dentro, protegidos por el espejismo de los pinos.
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