Jaque a la reina, de Lluís Ribas, fue protagonista de uno de los primeros comentarios que publiqué en Las islas sin nombre (una entrada que, por supuesto, he eliminado al redactar esta nueva, heredera de aquella antigua). Y si lo escribí es porque el cuadro me impresionó al toparme con él. Se lo mostré a mi amiga Sara y a ella le produjo algo que podríamos definir como desazón.
Desde luego, puede ser una pizca desazonante, sí. Esa mujer tendida sobre el embaldosado negro y blanco que se convierte, por mor del título, en tablero de ajedrez. Su aspecto desvalido, la postura no de quien duerme tranquilo sino de quien está exhausto y abatido…
En fin, no seguiré por ahí, que yo no tengo ni idea sobre artes plásticas. Pero sí sé qué es lo que me gusta y lo que no me gusta. Y también sé que me llega y qué no. Y Jaque a la reina trasmite, cosa que en toda creación es fundamental. O, si queréis, cambiamos el término y en vez de trasmitir decimos que causa un efecto, y que este es distinto según el receptor. Esa capacidad de no dejar indiferente a quien se acerca a una creación es uno de los rasgos distintivos del arte.
Es transversal también a toda forma de arte y creación el hecho de que la obra escapa enseguida a la intención original del autor. Que causa un impacto bien distinto en cada receptor, sea espectador, oyente o lector. La misma música, libro, película, película que para una persona es euforizante o bálsamo, causa desasosiego en otra y melancolía en una tercera. Supongo que será un mecanismo bien estudiado, pero a mí me resulta de lo más misterioso, aunque imagino que tendrá que ver con las claves personales de cada receptor…
Bueno, parece que hilvanando una idea con otra nos hemos ido alejando de Jaque a la reina y mejor paramos aquí. Además, en el fondo no tengo gran cosa que comentar porque, como he dicho, asumo que soy bastante ignorante en materia de artes plásticas. Aquí queda el cuadro por si no lo conocíais. Os invito a contemplarlo y, si toca, a sentir.
Comentarios recientes