Todos hemos de morir. Es un regla tan cierta y tan amarga que por lo normal ni la recordamos. Pero hay gente que no te imaginas que mueran. Hace un rato me han dado la noticia de que un conocido de esos -que no te imaginas que mueran- ha muerto. Por pudor no voy a dar demasiados detalles. Tampoco era amigo, pero sí conocido.
Búlgaro, joven, emigrado a España y muy trabajador. Trabajaba de aparca en varios sitios y aún se iba el martes de madrugada a MercaMadrid a comprar género para algún restaurante. Con ese dinero se había montado una casa rural en Bulgaria y estaba planeando varios negocios. Lo sé porque me lo contó alguna vez que coincidimos en el pub de siempre y nos tomamos una copa contiguos en barra.
Pero se mató. Hace unos días, conduciendo por una de las infames carreteras que tiene Bulgaria. Mira que, dos semanas atrás, fui con un amigo a uno de los restaurantes en los que trabajaba de aparca. No estaba. No le di importancia, suponiendo que estaba de vacaciones. Y se había matado.
«Haz planes como si fueras a vivir para siempre, vive como si fueras a morir mañana» rezaba al parecer una inscripción en un muro de un monasterio medieval castellano. Gran verdad. Todo esto te hace pensar. Te vas y no queda nada.
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