milicia-nacionalEn Madrid, el 7 de Julio de 1822, varios batallones de la Guardia Real de Fernando VII, intentaron dar un golpe de estado para derribar al régimen constitucional, instituido tras el pronunciamiento del general Riego en 1820. Esos batallones habían abandonado la capital con dirección a la Granja un día antes, pero en la noche del 6 al 7 de julio volvieron por sorpresa, tratando de apoderarse de Madrid y proclamar la vuelta del absolutismo.

Una patrulla les detectó en lo que ahora es la calle San Bernardo y ahí se produjo el primer enfrentamiento. Tras eso, los realistas se dividieron en dos columnas: una se dirigió a ocupar la Puerta del Sol y la otra atacó la Plaza Mayor. En esta segunda, los voluntarios de la Milicia Nacional de Madrid les hicieron frente en los arcos que unen la plaza con la calle Mayor.

La Milicia Nacional era un cuerpo creado a raíz de la proclamación del régimen constitucional, con idea de disponer de tropas al margen del ejército y leales a la Constitución. La Milicia Nacional de Madrid, en concreto, era un revoltijo de liberales de diferentes tendencias y no pocos de sus miembros pertenecían a la sociedad secreta de los Comuneros, para entonces ya dividida entre moderados y exaltados (republicanos). Sin embargo, en aquellos momentos de peligro, lograron dejar de lado sus diferencias para defender a la Constitución.

Pese a que los guardias reales eran soldados entrenados y los milicianos paisanos armados, los segundos lograron derrotar a los primeros en una sangrienta batalla callejera a la que se sumó gente del pueblo de Madrid, que de nuevo tomó las armas, con en el 2 de mayo de 1808, pero esta vez contra aquel mismo Fernando VII en quien tantas esperanzas habían puesto. Los guardias reales fueron muertos o prisioneros, o tuvieron que huir.

Por las hazañas del 2 de mayo y del 7 de julio, las Cortes concedieron a Madrid la Corona Cívica, que la ciudad ostentó con orgullo en su escudo, junto con la osa y el madroñero, y el dragón, hasta que Arespacochaga, último alcalde franquista de Madrid, quitó corona y dragón de dicho escudo.

La intentona absolutista tuvo su eco. En Cataluña, diversas partidas armadas se alzaron a favor del absolutismo, dirigidas por un cura trabucaire: fray Antonio Marañón, alias el Trapense. Llegaron a dominar la zona de Seu de Urgell, donde montaron una especie de territorio absolutista «liberado» y nombraron al marqués de Mataflorida regente provisional. El general Mina liquidó todo eso en febrero de 1823, poco antes de la invasión de los Cien mil hijos de San Luis.

grabadoPorque en 1823, los regímenes del norte de Europa, temerosos del contagio del constitucionalismo, enviaron a un ejército, los Cien mil hijos de San Luis, para acabar con lo que fue el primer régimen constitucional continental europeo, algo que tiende a olvidarse. Y así volvió el absolutismo a España por 10 años: la Década Ominosa.

Sin embargo, la hazaña fue festejada tras la caída definitiva del absolutismo. La primera composición poética de Espronceda fue una oda al 7 de Julio y uno de los Episodios Nacionales de Galdós se titula así. Los arcos donde se libraron los combates se llaman ahora 7 de Julio y Arco del Triunfo. Las gentes lo festejaban y los periódicos seguían conmemorando aquella hazaña en la que el pueblo español defendió con las armas sus libertades frente al mismo rey cuyos derechos también defendió contra los franceses años antes. Como muestra, aquí se puede leer la narración del Eco del Comercio de 1836 http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0003064217&page=3&search=&lang=es

Sin embargo, aquella gesta fue cayendo en el olvido y dejó de celebrarse, cosa que no ocurrió con el 2 de mayo. ¿Casualidad? Algo tendría que ver que, a lo largo del siglo XIX, se sucedieron en España distintos regímenes monárquicos que no podían ver con agrado que se conmemorase lo que no dejaba de ser una victoria del pueblo sobre el rey, de la Constitución sobre la Corona.

Pero, ¿por qué resignarnos a ese olvido? Más de uno ha señalado con acierto que el 7 de Julio podría haber sido para los españoles lo que el 14 de Julio es para los franceses. Una fiesta nacional, entendida nación como la reunión de ciudadanos libres e iguales, unidos por una constitución, unas leyes y unas instituciones comunes.

Una fiesta nacional así sería un gran acierto: algo capaz de concitar a los españoles más allá de sus opciones políticas y divisiones partidarias. Y eso es algo que necesitamos con el agua. Sería la fiesta de todos aquellos que creen en las leyes y en las instituciones, en una España de ciudadanos y no de súbditos. Porque aquel día, liberales de diferentes tendencias defendieron al régimen constitucional. Derecho, centro, izquierda, pueden festejar por igual algo como el 7 de Julio, lo mismo que hacen en Francia con el 14 de julio franceses de distintas ideologías. Pueden hacerlo republicanos y monárquicos (excepto los absolutistas, si queda alguno). Solo quedarían al margen de un festejo así los totalitarios de cualquier tendencia.

Añado que, si algún día lográsemos revivir una celebración tan grandiosa, la izquierda debiera dar muestras de cordura y grandeza, y no tratar de capitalizarla. Ya en el XIX, los conservadores y los nacionalistas secuestraron a grandes figuras de nuestra historia, desde Viriato a los Reyes Católicos, pasando por don Pelayo, lo que ha tenido consecuencias más que amargas. Los que defendieron a la Constitución el 7 de Julio eran liberales de muchas tendencias, de las que son herederas muchas opciones políticas actuales. Eran hijos de la Ilustración, esa a la que ahora algunos tratan de relativizar o de abatir como un accidente histórico. Aunque no lo lograrán. Razón de más para vindicar estas fiestas y tratar de que se celebren como merecen.

Entre tanto, y mientras ese día llega: ¡Viva el 7 de Julio!