Tomábamos una copa en una terraza después de la paella y la sobremesa. Estamos hablando del barrio de Hortaleza. Y de repente ahí, a la mesa, a la caza de las migajas de las patatas fritas acudieron los gorriones. Los gorriones, esos pajaritos tan tímidos; al menos si se les compara con otros como las palomas, bien calificadas como «ratas con alas». Y es que los pobres gorriones están pasando mucha hambre en algunas zonas de Madrid. La culpa la tiene una especie de aves importadas: las cotorras argentinas.
Aquellos que no sufren la plaga de cotorras en sus barrios tal vez no se han fijado en su proliferación de algunas áreas de la ciudad. Pero lo cierto es que esos pájaros bonitos, verdes y exóticos llevan tiempo colonizando parques enteros de Madrid. Llegaron como aves de importación y medraban en cautividad sin causar problema alguno. Pero tuvo que llegar hace unos años el inevitable majadero y soltar una pareja de ellas en un campo de golf, o eso he leído en un periódico. Y, como los conejos en Australia, proliferaron más allá de lo soportable.
Ahora son alguna plaga en lugares y están desplazando a especies autóctonas. Por ejemplo a los pobres gorriones. Así que no me extrañó la desesperación con la que se lanzaba sobre los trocitos de patatas fritas, no importa que estuviese a dos palmos de nuestras manos. Después de todos los humanos comen pájaros. Pero como diría el torero, más cornadas da el hambre.
Cuando era un chaval, reconozco que maté muchos gorriones con la escopeta de balines. Nos los comíamos en fritadas. Ahora ya no sería capaz de hacer esas cosas. No es que me considere mejor, pero con los años he cambiado. Y a una pizca de compasión me movió el ver lo famélico de sus pajaritos sobre nuestra mesa ayer. Tanto que dismigajé algunas patatas y les arrojen las pistas para que se alimentase siquiera un poco.
Esta tarde pasaba por uno de los parques y quizá porque el incidente estaba reciente me fijé en que había bastantes cotorras. También fue consciente de su escandalera en la espesura de los árboles. Ahí en la segunda foto tienen algunas de ellas en su recién conquistado territorio. De momento son las vencedoras. De momento. Hasta que alguien se canse de su presencia y decida lanzar una campaña de exterminio contra ellas, claro.
En esto de la evolución y los nichos ecológicos, no hay vencedores definitivos. Sólo triunfantes temporales. Hasta nosotros estamos entre los segundos, aunque no nos guste recordarlo. Cierto es que no hay nadie capaz de lanzar un exterminio contra la plaga que representamos. Pero tampoco es necesario. A juzgar por los datos y las cifras, nosotros somos nuestros propios exterminadores y de hecho parece que la campaña de limpieza ya ha empezado.
Muy inteligente, Maestro. Un abrazo
Gracias Ofelia. No hay que dejarse oxidar en los escritos de poca longitud. Un abrazo.
Famélicos gorriones en comparación con los nutridos humanos que los contemplaban 😉
Bonito artículo. Espero que los gorriones sepan adaptarse a su nueva situación y sobrevivir. Parece que van por buen camino, atreviéndose a buscar comida donde las cotorras no lo hacen. Un saludo.
Bueno, vagawain, al revés que los humanos, los animales silvestres suelen tener problemas para alimentarse. Para ellos no hay operación bikini sino relleno.
Gracias Alejandro. Pobres, creo que esa no es la solución. Las mesas de terraza son nichos ecológicos efímeros. Llegará el otoño y cerrarán. Son un poco como aquellos viejos tejados de tejas de los edificios del centro de Madrid, que albergaban a colonias de vencejos. Los recuerdo sobrevolando con gran griterío las calles del barrio de Maravillas. Desaparecieron esos tejados y los vencejos se quedaron sin hábitat. Al menos les duró décadas. A los gorriones les durará tres o cuatro meses.
Me alegra que alguien más se haya dado cuenta del ritmo alarmante al que están desapareciendo los pobres gorriones. Donde yo vivo (Algeciras) no hay cotorras, aún, pero es prácticamente imposible ver un gorrión, y eso que vivo en una casa cuyas ventanas dan a un parque. Parece ser que las antenas de los móviles tienen algo que ver al respecto. En Londres está ocurriendo algo parecido: los gorriones desaperecen…
Son los expertos los que tienen que dictaminar las causas de la desaparición de distintas especies de hábitats que ocupaban de forma tradicional. Yo carezco de tales conocimientos pero doy fe de que cuando era un chico en mi barrio, en las noches de verano, el aire al anochecer se llenaba de murciélagos. Ahora hace muchos años que no veo ni uno. Tantos que tengo que hacer un esfuerzo para recordar la época en que era así.