Hace muchos años, se me ocurrió cierta tarde como la de hoy entrar a curiosear en una librería esotérica que entonces había en una de las calles del barrio de Maravillas, en Madrid. Kier se llamaba, como una muy famosa argentina, que es o era también editorial. Esta librería de Madrid hace décadas que desapareció. Pero era posible encontrar libros curiosos. Ahí adquirí yo un tratado monumental de astrología, obra de Adolf Weiss, que fue astrólogo personal del canciller austríaco en los años 30, que le advirtió contra Hitler, tuvo que huir cuando la llegada de los nazis y acabó sus días en Argentina.
El caso es que aquella tarde, mientras curioseaba entre toda clase de volúmenes dedicados a la descripción o la práctica de artes arcanas, oí cómo unos señores preguntaban a la dependienta si disponía de algún ejemplar del Necronomicón. Ella, ni corta ni perezosa les informó de que no había ninguna edición comercial a la venta. Que se suponía que había una edición completa en la Biblioteca Nacional y ediciones incompletas pero más antiguas en Toledo y Salamanca. Añadió que, sin embargo, era muy difícil obtener acceso a ellas.
Yo entonces era muy joven. Al oír esa conversación delirante, no me resistí a intervenir para informar a aquellos ilusos de que el Necronomicón es una invención de H.P. Lovecraft y que los supuestos volúmenes depositados en diversos archivos y bibliotecas no son más que infundios, engaños en juego que con el boca a boca algunos han tomado por realidad.
En fin, como digo, era yo muy joven. Ahora ya he aprendido a no meterme en ciertos temas. El tipo me miró y tendrían que haber visto qué mirada. Conmiseración es la palabra justa. Una mirada de esas de «pobre mortal, que ignoras la verdadera y espantosa realidad». Me dio las gracias y listos. Bueno, supongo que ese tipo tiene una ventaja. Su vida siempre tendrá una misión. Por ahí andará buscando todavía el Necronomicón y otros libros terribles y abominables de magia negra.
Por cierto que el escritor Carlos S. Cidoncha durante un muy breve lapso de tiempo creyó haber topado con el Necronomicón. Hace ya también mucho tiempo, durante un viaje a Siria, se le ocurrió preguntar en broma si podía obtener un ejemplar del Azif (el nombre supuesto en árabe del Necronomicón). Para su estupefacción, su erudito interlocutor le dijo que como no, que sin problemas. Imagínense cómo se debe quedar uno. Y en efecto, al poco le entregaron un Azif. Pero no es el libro de hechicería milenaria imaginada por Lovecraft sino una compilación de recetas de cocina populares. Es lo que tiene eso de dar a tus creaciones nombres que supones que a tus lectores han de sonarles exóticos.
Pero el caso es que esto es una digresión. A lo que iba era a aquel aprendiz de brujo que andaba buscando hace ya décadas el Necronomicón por el barrio de Malasaña. En ningún momento me escuchó. Y eso de no escuchar es una costumbre muy de aquí. No es que lo de hacer oídos sordos lo hayamos inventado nosotros, ni seamos los únicos en practicarlo. Pero desde luego, en España lo hemos elevado a categoría de Bella Arte.
Y así, de forma sinuosa, llegamos a donde quería llegar, que es una palabra poco conocida y fascinante. Logomaquias. Es decir, combates de o con palabrerías. Tauromaquia, combate con toros, ya saben. Pues lo mismo. El deporte nacional. Hablar y hablar sin escucharnos o, todo lo más, con interés de aplastar al contrario con nuestra verborrea en vez de convencerles.
Dicen que todas las cosas tienen nombres secretos. Pues quédense con lo de las logomaquias. Definen todas las esferas de nuestra existencia nacional, ¿o no? Desde las trifulcas parlamentarias a las disputas sobre futbol en el bar. Las logomaquias son parte connatural de nuestra cultura, por más que la palabra sea poco conocida. Y este sí que es un conocimiento oculto de verdad, y no supuestas fórmulas mágicas escritas con sangre en tomos de hechicería que jamás existieron.
La dialéctica de toda la vida made in spain pero sin la vision hegeliana porque como muy bien dices, el objetivo es no darle la razón al contrario como sea. La gran pena y lo q nos convierte en un pueblo cateto y mediocre es que esto está sumamente arraigado en los medios de comunicación, algo muy pernicioso para que nuestra sociedad crezca, madure, piense…
Y a mi modesto entender se agrava por nuestra soberbia. Encima lo negamos con contumacia. Y por supuesto diles a nuestros medios de comunicación que son unos vendidos y unos sectarios, dispuestos a la más burda desinformación por un puñado de euros. A nuestros políticos que son vagos, corruptos y superfluos. A nuestros jueces que son podridos, gandules, arbitrarios. A nuestros conciudadanos que son zafios, torticeros, como niños crios que piden sin querer dar… Te cuelgan. Lo cual es buena muestra de que tienes razón.