Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
Sobre la pena duermo solo y uno,
pena en mi paz y pena en mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y de cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!
No es un poema demasiado recomendable para una mañana galesa lluviosa como la mía hoy. Por cierto que vaya lío para leerle a usted, las otras islas sin nombre están finiquitadas, en Facebook he encontrado esta bitácora, pero es que además tiene usted otra más.
Un saludo.
Hombre, es un poema muy bello, aunque quizá tenga sus momentos, claro. Trasladé las islas sin nombre a este nuevo emplazamiento,sí. Aunque en el último post dejé la dirección para llegar aquí. Revisaré por si hubiera pasado algo. En cuanto al otro blog, es menos personal, dedicado a las políticas culturales, pero reconozco estar orgulloso de él.