Sábado 9 de la mañana. Un bar de barrio en Madrid. Lugar, fecha y hora perfectas para que en esa barra se entrecrucen distintos ciclos vitales, horarios, ocupaciones.
Estamos ahí tres o cuatro tipos solos, cada uno con su café con leche en vaso y porras recién hechas. Una pareja de mediana edad con la misma consumición. Otra pareja de unos treinta en cambio con botellines de Mahou. Estos no se levantaron hace un rato, sino que van de retirada. Toda la noche de un garito a otro y a seguir con pocas ganas de irse a la cama.
Un tipo a la vieja usanza, desayunándose con un copazo de brandy. Un abuelo con su café con leche y también según viejas tradiciones que van desapareciendo –sin duda para bien de la salud pública y privada- con un chupito de orujo de hierbas.
Entra el del quiosco de al lado a que le hagan un cafetito bien caliente. Otro clásico.
Mezcla de todo, como siempre en estos lugares y a estas horas, a las que se suman nuevos hábitos. Porque hace dos grados sobre cero y a la puerta, bastante ateridos, hay tres o cuatro fumando. Hijos de las nuevas prohibiciones, a darse al tabaco a la intemperie. Ya se resarcirán en un rato con el café con leche.
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